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¿Por qué los niños no quieren irse a dormir?

05.03.2013 - 12:32 h. -



¿Por qué se niega a acostarse y retrasa la hora todo lo que puede, aunque esté cansado? Esa es la pregunta que se hacen algunos padres que no consiguen que su hijo se vaya a la cama tranquilamente. Para ellos resulta agotador, para el niño también. Pide agua, no es capaz de cerrar los ojos antes de formular mil preguntas, esconde su linterna debajo de las sábanas… A la mañana siguiente está cansado, refunfuña, no se quiere levantar. De regreso del colegio, agotado, se desploma delante de sus deberes. Es evidente: no ha dormido bastante.

Olivia tiene ocho años y quiere obedecer a sus padres, pero continúa desvelada: es como si tuviera dentro una luz que no le permite cerrar los ojos. Sin saber muy bien por qué, desde hace poco siente fobia a la hora de dormir. ¿Tiene miedo a algo o es que le gustaría ver la película con sus padres? Seguramente, un poco de todo. ¿Pero cómo saberlo? Su madre le pregunta por lo que ha hecho en el colegio y Olivia se pone seria y le cuenta que Leire le ha dicho que ya no eran amigas porque se había enfadado con ella. Su madre la tranquiliza y le dice que eso no es posible, que se le pasará el enfado y todo volverá a ser como antes, que esas cosas suceden y luego se resuelven. Olivia se tranquiliza y se deja caer en el sueño. Últimamente tiene conflictos con su mejor amiga del colegio y esto le está afectando mucho.

Preocupaciones. A partir de los siete años y hasta la adolescencia, todo niño está sumido en una reflexión sobre sí mismo que aflora en los momentos de calma. No surge en el gimnasio, ni cuando hace los deberes, sino al irse a dormir. La última hora del día es un momento propicio para las preocupaciones existenciales y para la aparición de las angustias. Es cuando aparecen todas las “cuestiones” que se planteó durante el día y para las que todavía no ha podido encontrar una solución: problemas escolares (notas, participación en clase); de agresividad (¿sufre o hace sufrir a los otros?); de injusticia (con sus compañeros, profesores o sus hermanos); inquietudes sobre su familia (padre ausente, disputas conyugales, celos fraternales). Se puede inquietar también por lo que se espera de él.

A esta edad, quizá más que en otra, teme no ser lo bastante apreciado. Según él, sus tonterías y su incompetencia vienen forzosamente a disminuir el amor que sus padres le tienen. Se pregunta entonces cómo puede volver a ser tan querido como antes. Estas son las cuestiones importantes que le mantienen despierto.

Lobos y brujas. Ciertos niños, entre los seis y los nueve años, pueden manifestar una inquietud latente. Elaboran escenarios imaginarios muy angustiosos. Algún pequeño teme que un ladrón entre en la casa. Otro, aficionado a una serie de extraterrestres, se muere de miedo ante la idea de monstruos venidos del espacio para esclavizar el planeta, comenzando justamente con él. En su nueva puesta en escena, papá o mamá ya no son tan invencibles como pensaba, sino que también pueden ser pulverizados por los enemigos. A veces, son los lobos y las brujas los que le hacen temblar de miedo. U otros temores extraños que le atenazan: el suelo que se hunde bajo sus pies, los objetos que se vuelven seres amenazantes, las paredes que se ríen sarcásticamente a su paso… Todo esto le produce un escalofrío, y por supuesto no es en absoluto propicio para conciliar el sueño. ¿Por qué tienen estas angustias?

Los escenarios de su fantasía ocultan otros miedos inconscientes y difíciles de expresar: miedo a no tener éxito o a perder su poder, a la muerte, a ser abandonado o a sentirse menos amado. Su dificultad para acostarse expresa un sentimiento de incapacidad y de fragilidad. Muestra su necesidad de ayuda. A veces la manifiesta de manera indirecta: por ejemplo, como tiene miedo de un lobo o de un agresor violento, reclama tres veces un vaso de agua y 15 besos, o despierta a su hermano pequeño, como si quisiera conjurar la suerte o alejar de escena lo que teme tanto. Sus maniobras dan en el blanco y sus padres, agotados, generalmente acaban dándole la atención que requiere y a veces quedándose hasta que se duerme. Por regla general, a partir de los 10 años, estas escenas suelen desaparecer, y si el niño se desvela, sin poder cerrar los ojos antes de las nueve y media o las 10, es simplemente porque ha crecido. Si se levanta en forma y sin ojeras, y tiene buenos resultados escolares, es que está desarrollándose bien. Su desarrollo físico y su madurez le inducen naturalmente a dormir menos.

Tiempo de confidencias. El instante de apagar la luz suele ser también el de las confidencias. Hay que conceder al pequeño un tiempo de reflexión, el justo para calmarle y para prometerle que se retomará esa cuestión de tanta importancia en otro momento más adecuado, al día siguiente o durante el fin de semana. Si uno de los progenitores se siente incapaz de solucionar los problemas de su hijo, puede acudir al otro para marcar la diversidad de los puntos de vista. De esta forma, el niño aprenderá a dirigirse a su padre para un tema y a su madre para otro. Ellos se suelen sentir más cómodos con las cuestiones de capacidad y fuerza (“¿Soy lo suficientemente bueno para este proyecto?”, “¿Sabré coger solo el autobús por primera vez?”). Y las madres, con cuestiones de orden psicológico y afectivo (“¿Es que todo el mundo siente igual que yo?”). Saber que sus preocupaciones son normales y que a los padres también les ocurría le tranquilizará mucho. Hay que mostrarle el lado bueno de las cosas: las preocupaciones a la hora de dormir demuestran que está creciendo, los adultos también las tenemos y a algunos les afecta a la hora de dormir.

Evitar errores

Hay que evitar por todos los medios las discusiones conyugales antes de que el niño se vaya a la cama (lo ideal sería esperar hasta que se duerma). Todas estas influencias negativas se transformaran en una sobrecarga emocional que le mantendrá despierto.

No es conveniente hacer algo que suscite su interés ni traer a colación asuntos que provoquen su nerviosismo: deberes que hay que acabar, el videojuego junsto antes de lavarse los dientes… Esto se aplica también a los informativos, con sus imágenes a veces demasiado violentas, que provocan que el niño se sienta tan nervioso que no pueda dormir.

Desde que el niño tiene siete u ocho años y sabe leer, muchos padres dejan de contarle un cuento por las noches, pero el niño continúa deseándolo. Este momento es muy importante para reforzar la confianza y la complicidad mutuas. También es perfecto para que el niño deje de vagar la imaginación que ha debido contener durante todo el día.

¿Qué podemos hacer?

Entre la hiperactividad del día y la inactividad del momento de acostarse es necesario un tiempo intermedio. Es el ritual de irse a dormir el que permite cambiar impresiones y diluir las tensiones.

A la hora de acostarse y también al levantarse, los padres deben estar presentes. Se crea así un envoltorio protector de la noche. La ternura le ofrece parte de la solución a su angustia.

Si el niño reclama la puerta abierta y la luz encendida, hay que concedérselo, es lo mejor para él.

También puede leer en la cama algún libro que le cautive. No importa el tema: paradójicamente los libros de suspense pueden desviar la atención de sus propias preocupaciones, aplacando las angustias del día en un escenario apasionante.

Si se muestra ansioso o alerta siempre a determinadas horas, ¿no será porque espera a que su padre o su madre vuelva a casa? En este caso, hay que ser flexible con el horario; su necesidad atendida será el mejor de los somníferos.

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